El Torcal de Antequera es uno de los espacios de mayor interés geológico,
botánico y zoológico de toda la Península Ibérica. Con 20 kilómetros cuadrados
de superficie. Entre sus rocas nos sumergimos en un recorrido por la evolución geomorfológica
del sur de Europa y nos encontramos con un pequeño universo de biodiversidad
constituido por un gran número de especies vegetales endémicas. Se han
catalogado 664 especies de plantas, 12 especies de líquenes, 77 de Briofitos
(musgos y hepáticas) y 10 de Pteridofitos (helechos). El mundo animal está
representado por 128 especies.
El centro de visitantes de El Torcal Alto, así como las
infraestructuras que lo acompañan, como el parking en el mismo centro y el que
se encuentra a pie del camino de subida, están diseñados para dar “servicios”
al mayor número posible de visitantes, que acuden en masa especialmente los
fines de semana. Hasta de una cafetería que ofrece menús dispone el visitante.
La visita a este espacio de tan delicada ecología se ha
convertido en un divertimento, como cualquier otra visita turística, sin que
medie ningún tipo de interés ecológico, más allá de la mera contemplación del
paisaje. El visitante se marchará sin tener ni la más remota idea de qué es lo
que ha visitado y tras de sí habrá dejado basura, pisado alguna planta,
arrancado alguna piedra… habrá ocasionado algún pequeño impacto, lo que es casi
inevitable. La suma de esos pequeños impactos realizados por ese enorme número
de visitantes ya sí que supone algo preocupante. Y me pregunto, ¿qué beneficio
obtiene la población del lugar, tanto de Villanueva de la Concepción como de
Antequera, de la masificación de este paraje natural?
El modelo de gestión parece que prima “rentabilizar” al
máximo la inversión realizada en el monstruoso centro de interpretación, que
tiene una arquitectura y unas dimensiones nada recomendables con el lugar en el
que se enclava, así como las enormes explanadas de parking construidas, como
no, con alquitrán, para hacer lo más cómoda posible la visita del turista. Aquí
las medidas de integración paisajística, de mitigación de los impactos visuales
y de corrección de los impactos brillan por su ausencia, es más, al visitante
senderista perezoso, se le ofrece un autobús (son dos microbuses los que se
turan con viajes cada 10 minutos) para que no tenga que recorrer el sendero
de unos 3 km que separa la zona de
parking inferior del paraje.
Bajo mi punto de vista este modelo de gestión es un
verdadero desastre y se están causando graves daños a una rica y muy delicada
vegetación así como a la fauna. No tiene sentido que un ecosistema tan delicado
no tenga un control sobre el número de visitas, que deberían limitarse de
alguna manera. Igualmente resulta increíble que se permita al ganado vacuno
pastar dentro de la zona protegida (no he sido testigo del pasto del ganado
caprino, pero seguro que también ocurre).
Hay zonas ricas en fósiles que han sido totalmente
destruidas. Estaban constituidas por limos fosilizados, que han sufrido agrietamiento
y se han desprendido, de manera que ya los fósiles de ammonites no son
reconocibles.
Es frecuente encontrar basura por el camino, especialmente
entre grietas de las rocas y galerías: pañuelos, toallitas, envoltorios,
servilletas, tampones y alguna cosa más adornan la visita del senderista
responsable que sí quiere disfrutar del entorno natural. Las plantas pisadas,
ramas quebradas, estiércol de vaca, también acompañan la ruta del senderista.
Los gritos y el ruido de los grupos de visitantes amenizan la velada y sirven
para garantizar que no nos cruzaremos con ningún animal peligroso, claro,
tampoco inofensivo. El ruido llega a ser elevado, no es ninguna exageración.
La propia administración con su criterio totalmente absurdo ha
puesto el germen para la destrucción del entorno.
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