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jueves, 15 de mayo de 2014

El Torcal: Insostenibilidad aplicada a la gestión de espacios naturales.

El Torcal de Antequera es uno de los espacios de mayor interés geológico, botánico y zoológico de toda la Península Ibérica. Con 20 kilómetros cuadrados de superficie. Entre sus rocas nos sumergimos en un recorrido por la evolución geomorfológica del sur de Europa y nos encontramos con un pequeño universo de biodiversidad constituido por un gran número de especies vegetales endémicas. Se han catalogado 664 especies de plantas, 12 especies de líquenes, 77 de Briofitos (musgos y hepáticas) y 10 de Pteridofitos (helechos). El mundo animal está representado por 128 especies. 




El centro de visitantes de El Torcal Alto, así como las infraestructuras que lo acompañan, como el parking en el mismo centro y el que se encuentra a pie del camino de subida, están diseñados para dar “servicios” al mayor número posible de visitantes, que acuden en masa especialmente los fines de semana. Hasta de una cafetería que ofrece menús dispone el visitante.

La visita a este espacio de tan delicada ecología se ha convertido en un divertimento, como cualquier otra visita turística, sin que medie ningún tipo de interés ecológico, más allá de la mera contemplación del paisaje. El visitante se marchará sin tener ni la más remota idea de qué es lo que ha visitado y tras de sí habrá dejado basura, pisado alguna planta, arrancado alguna piedra… habrá ocasionado algún pequeño impacto, lo que es casi inevitable. La suma de esos pequeños impactos realizados por ese enorme número de visitantes ya sí que supone algo preocupante. Y me pregunto, ¿qué beneficio obtiene la población del lugar, tanto de Villanueva de la Concepción como de Antequera, de la masificación de este paraje natural?

El modelo de gestión parece que prima “rentabilizar” al máximo la inversión realizada en el monstruoso centro de interpretación, que tiene una arquitectura y unas dimensiones nada recomendables con el lugar en el que se enclava, así como las enormes explanadas de parking construidas, como no, con alquitrán, para hacer lo más cómoda posible la visita del turista. Aquí las medidas de integración paisajística, de mitigación de los impactos visuales y de corrección de los impactos brillan por su ausencia, es más, al visitante senderista perezoso, se le ofrece un autobús (son dos microbuses los que se turan con viajes cada 10 minutos) para que no tenga que recorrer el sendero de  unos 3 km que separa la zona de parking inferior del paraje.




Bajo mi punto de vista este modelo de gestión es un verdadero desastre y se están causando graves daños a una rica y muy delicada vegetación así como a la fauna. No tiene sentido que un ecosistema tan delicado no tenga un control sobre el número de visitas, que deberían limitarse de alguna manera. Igualmente resulta increíble que se permita al ganado vacuno pastar dentro de la zona protegida (no he sido testigo del pasto del ganado caprino, pero seguro que también ocurre).

Hay zonas ricas en fósiles que han sido totalmente destruidas. Estaban constituidas por limos fosilizados, que han sufrido agrietamiento y se han desprendido, de manera que ya los fósiles de ammonites no son reconocibles.




Es frecuente encontrar basura por el camino, especialmente entre grietas de las rocas y galerías: pañuelos, toallitas, envoltorios, servilletas, tampones y alguna cosa más adornan la visita del senderista responsable que sí quiere disfrutar del entorno natural. Las plantas pisadas, ramas quebradas, estiércol de vaca, también acompañan la ruta del senderista. Los gritos y el ruido de los grupos de visitantes amenizan la velada y sirven para garantizar que no nos cruzaremos con ningún animal peligroso, claro, tampoco inofensivo. El ruido llega a ser elevado, no es ninguna exageración.


La propia administración con su criterio totalmente absurdo ha puesto el germen para la destrucción del entorno. 

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